Había seguido así, volviéndolos locos con sus divagaciones, y nunca podían estar seguros de si se trataba de un traidor o de un aliado.
Había vivido un período de guerra en el que lo único que había ofrecido a quienes lo rodeaban había sido una mentira. Se había sentido como un hombre en la obscuridad de un cuarto imitando los reclamos de un pájaro.
Pero allí se despojaban de la piel. No podían imitar sino lo que eran. La única defensa era buscar la verdad en los otros.
Cesó de leer y levantó la vista, fuera de las arenas movedizas. Estaba evolucionando. Conque el poder cambió de manos. Entretanto, con la ayuda de una anécdota, yo me enamoré.
Así son las palabras, Caravaggio. Tienen poder.
«Creo que te has vuelto inhumano», me dijo.
«No soy yo el único que te traiciona.»
«No creo que te importe... que haya ocurrido esto entre nosotros. Te escabulles de todo con tu miedo y aversión a la posesividad, a que te posean, a que te nombre. Crees que se trata de una virtud. Me pareces inhumano. Si te dejo, ¿a quién recurrirás? [...]»
Michael Ondaatje
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