Frankenstein ~ Mary Shelley

22.5.22

Frankenstein, or the Modern Prometheus · Mary Shelley
Autoconclusivo
Austral · 2015
304 páginas
ISBN 9788467043662
Aquel «verano húmedo y desapacible» de 1816 «me entretuve pensando una historia que consiguiera que el lector tuviera pavor a mirar a su alrededor, que le helara la sangre y que acelerara los latidos de su corazón». Mary Shelley en la introducción a la edición de 1831 sobre cómo se forjó Frankenstein.

Victor Frankenstein, un prometedor estudiante de medicina, se obsesiona con desentrañar los misterios del alma humana. Sus experimentos tendrán como resultado nefastas consecuencias.

Comentario personal

Frankenstein. Una palabra que evoca imágenes de un monstruo verdoso, con costuras en la piel y tuercas saliendo del cuello o de las sienes. Una criatura que ha conseguido vida gracias a la electricidad. Nada más erróneo.

Yo era afectuoso y bueno: la desdicha me convirtió en un malvado. ¡Hacedme feliz, y volveré a ser bueno...!

Me ha sorprendido muy gratamente esta historia. Es verdad que mis expectativas eran muy elevadas, y que esperaba algo más (particularmente lo que se refiere a los personajes femeninos, quienes adolecen de nulo desarrollo); sin embargo, a pesar de aquel detalle, siento que todos los sentimientos que genera la historia de Victor y su demonio hecho carne y huesos en apenas trescientas páginas es suficiente para que el lector se sumerja en una historia cuyo misterio no es el nacimiento de esta extraña criatura, sino su supervivencia y su lugar en un mundo que jamás ha visto uno como él.

¿Qué significa que te sientas complemente apartado de la humanidad, sin derecho a felicidad alguna, sentenciado a la más absoluta soledad y a la incomprensión de todos quienes te rodean? El monstruo de Frankenstein no es uno por su aspecto, sino por lo que su existencia ha venido a significar para sí mismo, un ser que con el paso del tiempo se va corrompiendo, como si hubiese absorbido los pecados de su creador.

No puedo adentrarme demasiado en la trama porque es un libro que se lee mejor sin el imaginario que el cine y la cultura popular le han otorgado; entre sus páginas es posible encontrar algo mucho más profundo que la creación de vida artificial. Es una novela que resiste muchos análisis, donde se puede explorar, por nombrar unos pocos temas, las consecuencias del abandono, la ambición por el conocimiento, el rechazo a lo diferente, entre otros.

Definitivamente es un libro que releeré en un futuro no muy lejano porque creo que se pueden extraer muchas ideas y conceptos. Resulta asombroso que su autora, siendo tan joven, se haya cuestionado tan profundamente lo que nos hacer acreedores de ser llamados seres humanos.

Yo también puedo sembrar la desolación.


Les comparto este artículo publicado en National Geographic que brinda adecuado contexto al nacimiento de esta historia.

Momo, el valor del tiempo y viejos recuerdos

13.5.22

Hace muchos años, cuando todavía cursaba enseñanza básica, tuve una maravillosa oportunidad. Mi profesora jefe era la persona a cargo de la biblioteca de mi escuela (ahora me pregunto por qué no había una bibliotecaria). Yo tenía entre 11 y 12 años, y mi pasión por los libros creía a pasos agigantados. Más adelante, descubriría a García Márquez, Cortázar y Allende, cuando cursara la enseñanza media. A los 11, me atraían las historias fantásticas: La Odisea, los libros de Verne, una que otra historia infantil. 

Un invierno, mi profesora me dio la posibilidad de pedir una cantidad desorbitante de libros (para mi yo de aquel entonces) para leerlos durante las vacaciones. Fue así que seleccioné alrededor de 20 libros, que devoré durante 2 semanas junto a la estufa a leña, uno de los pocos lujos que podíamos permitirnos, pues fue alrededor de aquellos años que mi padre perdió su trabajo. Un lujo que, aderezado con un buen libro y un café con leche, es uno de mis recuerdos más preciados. 

Uno de ellos era Momo, de Michael Ende. 

Poco recuerdo ya de la trama, o de quién era la tal Momo. Sí recuerdo una idea: el tiempo como algo transable, algo que puede ser moneda de cambio. Algo que le da peso y dimensión a las cosas: a lo que nos importa, a lo que ocurre a nuestro alrededor, a nuestras vidas. 

Hace unos días recibí un correo de la editorial PRH comunicando sus novedades mensual, y qué sorpresa más agradable me llevé cuando descubrí que Momo sería reeditada. "Debo conseguirla", me dije. Pero luego pensé, "¿quiero releer un libro? ¿Cuando tengo decenas en mi estantería esperando mi atención?"

Sin embargo, hay momentos en que necesitamos reencontrarnos con una historia. 

A veces es necesario releer El Principito para recordar somos criaturas salvajes que hemos sido domesticadas por quienes se cruzan en nuestro camino. O Persuasión, para no olvidar que aunque los años pasen, hay cosas por las que vale la pena luchar. O Macbeth, donde una palabra, una frase, puede destruir a una persona. (Qué drama, ¿no?).

Momo es una de esas historias. Dedicarle tiempo enseña el valor del tiempo. Si tienen la oportunidad de tenerla en sus manos, denle una oportunidad. Quizá diez, veinte, treinta años después, sientan la misma ansiedad que yo por perderse en sus páginas, a sabiendas que será como reencontrarse con un viejo amigo largamente añorado e inmensamente querido.

Qué leo

8.5.22

Mayo esta siendo un mes difícil en términos lectores. 

Por un lado, en abril participé en el Camp Nanowrimo, como es habitual, y, aunque no fue tan productivo como años anteriores, logré batir mi meta de 25 mil palabras (escribí 35 k), lo que sin duda es un gran avance. Sin embargo, creo que acabé forzándome un tantito a escribir, así que mi meta de escribir 10k este mes no va exactamente bien. En fin, ya veremos si participo en el Camp de julio.

Al cansancio propio del Camp, se suma que llevo leyendo hace varias semanas La vida invisible de Addie LaRue de V.E. Schwab. 

Es un libro que en algún momento tuvo mucho hype (de hecho, yo misma me subí al carro, esperando a tenerlo en mis manos apenas fuera publicado en español; me atraía principalmente cómo la autora comentaba en redes que la idea para el libro llevaba rondándola mucho tiempo), sin embargo, me ocurre algo curioso con él. 

La historia en sí es interesante: una chica que hace un trato con una especie de ser sobrenatural, un trato que sale terriblemente mal cuando él la maldice a vivir eternamente sin poder ser recordada por nadie. Pinta bien, ¿verdad?

Mi problema es que he estado viendo varios vídeos y leyendo artículos sobre cómo escribir historias de calidad, y creo que la de Addie tiene un pequeño problema: abunda información que sobra. Es un libro de 500 páginas, pero cada vez que avanzo un capítulo, me pregunto, ¿en qué contribuyó a la trama? ¿Hacia dónde nos dirigimos en realidad? Por supuesto, esto puede ser un problema mío y solo mío; quizá le estoy pidiendo algo que no debo. No obstante, me falta ese granito de acción, de chispa, que impulse la narración. De otra manera, se siente como un diario de vida donde Addie no hace más que contarnos su día a día, terriblemente monótono y tan parecido al de cualquiera. Por supuesto, esto se puede atribuir a que la autora explora la intimidad del personaje con detalle; sin embargo, me atrevo a afirmar que las tribulaciones de su protagonista deben gatillar acción (emocional, espiritual, moral, la que sea), de otra manera cada palabra es relleno.

En fin, quizá simplemente no es el momento de leerlo. Tal vez debería dejarlo a un lado y darle la oportunidad a otro libro con un ritmo más acelerado, o más corto. Temo que voy a regresar a mi querida Agatha Christie en cualquier momento. O a Brandon Sanderson, que con su forma alocada de escribir saca más libros de los que soy capaz de leer (The Lost Metal supuestamente sale en noviembre de este año, así que debo retomar Mistborn Era 2).

La porfía es una cualidad. O por qué no debemos rendirnos, cuando lo correcto sería hacerlo.

3.5.22

Cuando empecé en Blogger, allá por el 2012, esto de los blogs literarios estaba en boga. Yo era una más de un centenar de blogs en español, y me contentaba con tener este rinconcito donde subir mis comentarios sobre mis últimas lecturas, el que además me permitía interactuar con aquellas personitas que fui conociendo aquí. Después, comenzó el salto a Youtube, y muchos nos mantuvimos acá, resistiéndonos a aquel cambio tan radical. Más tarde, llegó Instagram, y mi esporádica pasión por la fotografía me llevó a dedicarle esfuerzos también a un rincón propio en aquella red social.

Verán, siempre creí que escribía reseñas para mí, cuando la verdad es que nunca escribimos sólo para nosotros mismos. En el mundo literario, escribes para que te lean. Y para que la persona al otro del papel (o de la pantalla, si somos exactos en este caso) sienta algo. En esto de los blogs y las plataformas varias, ese algo es la necesidad de interactuar. Esperamos una respuesta. Una crítica. Un comentario.

Al principio, me satisfacía publicar. Podía decir "soy bloguera", "soy bookstagramer" sin acomplejarme. Después, vinieron las inherentes comparaciones... y las decepciones. Sí. El ego es algo que todos tenemos. Pero más que ego, me desanimaba el cambio a pasos agigantados, la incapacidad de ir a la par de los demás, la mínima respuesta de aquellos seguidores que perseguía con ahínco.

Y después de aquello, llegó el cansancio, y el desinterés. Por la lectura (algo doloroso, porque sigo amando leer, y no quiero abandonar los libros), y por este mundillo que ha mutado en algo que ya no reconozco, una vorágine de novelas de moda, lectores que acumulan lecturas y libros de manera estratosférica, plataformas que no me interesa explorar (te hablo a ti, Tik tok). No solo eso, llegó la adultez, con sus responsabilidades, sus horarios, sus ritmos, y su cansancio propio. Siempre había tiempo para leer, sólo no me daban las fuerzas. Era más fácil dedicarle esas horas a la semana a nuestra querida y odiada procastinación. Y para qué estamos con cosas, la pandemia sólo agudizó el problema. 

El tema es que han pasado más de 10 años desde que abrí el blog, y simplemente me resisto a abandonarlo. Lo que debería hacer es cerrarlo, admitir que no tengo tiempo ni ganas que dedicarle a este lugar. Pero, ¿saben qué? Una parte de mí, terca, obstinada, no quiere. Considera que no debe dejarse vencer por el desánimo, y que esto es sólo una etapa. Ya volverá el interés, ya volverá la pasión por la lectura, cuando era capaz de leer 100 libros al año.

Es mentira, por supuesto. Eso no volverá. No soy la persona que era hace 10 años, ni hace 20. La vida nos va exigiendo, formando, torciendo. Ya no leo como antes, y probablemente nunca lo haré. Debo acostumbrarme a esta nueva yo, que coge un libro y demora semanas en terminarlo.

¿A dónde quiero llegar? A que así como me estoy reencontrando con los libros, también quiero reencontrarme con este blog. Me dio mucha alegría, enojo y desconcierto, pero, sobre todo, siempre ha sido un recordatorio permanente de mi amor por las letras, algo que todavía se mantiene intacto a pesar de los años.

Así que vuelvo. Paso a paso. Hasta donde pueda. 


PD: Estoy bien. Sólo necesitaba decirlo. Es parte del proceso.

PD2: No prometo nada. La porfía no es eterna, se puede agotar en cualquier momento.

PD3: La porfía es inherentemente caprichosa. No prometo nada, bis.

PD4: También retomé bookstragram. Veremos si puedo acomodarme, odio que IG se haya llenado de publicidad y eso de los reels y no sé cuánto otro agregado. ¿Dónde está su esencia? En fin, nos vemos allí.