Los retos lectores (reading challenge), especialmente el de la plataforma Goodreads, apuntan a establecer una meta anual de lectura e ir visualizando gráficamente qué porcentaje de esa meta hemos cumplido. Muchos de nosotros nos sumamos a ese reto en particular, para bien o para mal. Hace algunos años, no tenía problemas con cumplirlo; sin embargo, una vez entré a trabajar, mi ritmo de lectura bajó considerablemente y me vi en la situación de incumplir el reading challenge, lo que ocurrió, seamos sinceros, varios años seguidos.
Al principio, eso me causaba mucha ansiedad. Cuando en diciembre veía a los demás llegar a sus metas y publicarlo en las redes sociales que utilizo, yo me encontraba en el escenario de que no podría llegar a la meta aunque leyera como desquiciada ese mes, y me daba algo en la panza. Frustración, tal vez, conmigo misma, porque no ser capaz de cumplir algo "tan sencillo" como leer 50 o 70 libros al año. Pena, porque a medida que avanzaban los años, cada vez leía menos. Derrota, porque había permitido que el día a día se impusiera sobre mi amado hobbie. Vergüenza, porque me llamaba lectora y bloguera, y no era capaz de terminar un simple reto de lectura. Culpabilidad, porque no había aprovechado bien mi tiempo.
A medida que fui madurando, no obstante, comencé a aceptar ciertos hechos irrefutables y, tal vez, hasta dolorosos. El primero, que jamás leería tan rápido como cuando era adolescente. Segundo, que simplemente había días, semanas o meses que no me apetecía leer, donde prefería dedicar mi tiempo a otros pasatiempos o, quizá, sólo a procrastinar. Tercero, que no podía permitir que una meta que yo misma me había puesto me amargara la existencia. Cuarto, que no debía compararme con el resto. Quinto, que siempre era mejor leer aunque fuera un libro al año, que ninguno.
Fue así que los años 2019 y 2021 no me puse ninguna meta de lectura.
Sin embargo, aquella decisión tuvo un efecto colateral. ¿De qué forma me motivaba a leer, si no me desafiaba a mí misma? Fácilmente podían pasar meses y meses sin tocar ningún libro, y eso, nuevamente, hizo que me doliera la panza. ¿Por qué había permitido que mis responsabilidades de adulta me apartaran de una de las cosas que más amo y disfruto?
Fue así que dije "no, tengo que replantear esto". Volví a inscribirme en el reading challenge, aunque con otro enfoque, con otro objetivo. El número dejó de ser algo irrealista y se convirtió, más bien, en una aspiración, en un deseo. No un "voy a leer", sino un "me gustaría leer". Ese cambio de perspectiva le hizo espectacular a mi necesidad de logro, y al establecimiento de la meta misma. No sería capaz de leer un libro a la semana, pero, ¿dos al mes? ¿Era posible? ¿Podía comprometerme con eso? ¿No? ¿Entonces uno?
El 2020, el 2022 y el 2023 aquel concepto fue un fracaso. La fórmula no funcionaba. Y es que había un factor fundamental que no había tenido en cuenta: el qué leer. Nuevamente, la obligación: debía leer ciertos libros. Ciertos géneros. Ciertos autores. Otra vez, había tropezado con una piedra, sólo que de distinto color.
El 2024, el año pasado, fue uno de exploración para solucionar aquella disyuntiva. Y bueno, no tardé en encontrar la respuesta. O "las", ya que fueron varias. La primera, no obligarme a terminar libros con los que no conecto. Aprendí a soltar aquella mala costumbre de obligarme a leer, y le perdí el miedo a abandonar libros. Me puse la siguiente regla: si el libro no me convence en 1/4 de la historia, lo abandono. Fácil. Sin lloros. Si no me convence en el primer cuarto, sayonara. Lo segundo, no amarrarme con géneros. Me reencontré con las comedias románticas, género tan mirado en menos, pero tan ameno y amable con los lectores. ¿Por qué obligarme a leer clásicos, cuando no estaba con ánimos? Una rom-com, punto. ¿Un cómic o un manga? También.
Fue así que, después de muchos años, conseguí retomar un ritmo lector más constante y pude ver recompensados mis esfuerzos al cumplir mi reto lector. ¡Hurra! Los experimentos habían dado resultado. ¡No había que inventar la rueda! Sólo debía hacer ajustes y dejar la culpabilidad y la frustración a un lado.
¿Ha sido un camino sin escollos? No. Confieso que hay semanas que no leo nada. Pero, de repente, un día me doy un atracón y me devoro 50 páginas mientras deambulo por mi departamento en pijama. ¿Miro mi librero de pendientes y no quiero leer nada? No importa. Escribo, jardineo, miro al cielo. Respiro. Pienso. Me doy un momento. Unos días.
Luego, el bichito lector vuelve. Después de todo, siempre ha estado en mí: desde los cuatro años, cuando incluso antes de aprender a leer, le pedía a mi madre que cogiera un libro de historias y se acostase a mi lado para leerme hasta quedarme dormida.
De lo que estoy convencida en este momento de mi vida es de que no volveré a permitir que las cargas, las responsabilidades y el día a día vuelvan a arrebatarme la lectura. Sí, podrán hacerlo por unos días, por unas semanas, tal vez, pero no más que eso. La vida es demasiado corta para desperdiciarla en preocupaciones, y los libros son un refugio que no debemos abandonar, especialmente cuando alimentan nuestra alma y nutren nuestros sueños. Son los amigos más fieles que jamás podremos tener. La compañía perfecta para cualquier momento. Leer, por tanto, es una necesidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por visitar Libros y misterios. Anímate y deja tu opinión, siempre con respeto. Evita el spam, piensa dos veces lo que vas a comentar. ¡Espero verte pronto por aquí! ;)