Cuando empecé en Blogger, allá por el 2012, esto de los blogs literarios estaba en boga. Yo era una más de un centenar de blogs en español, y me contentaba con tener este rinconcito donde subir mis comentarios sobre mis últimas lecturas, el que además me permitía interactuar con aquellas personitas que fui conociendo aquí. Después, comenzó el salto a Youtube, y muchos nos mantuvimos acá, resistiéndonos a aquel cambio tan radical. Más tarde, llegó Instagram, y mi esporádica pasión por la fotografía me llevó a dedicarle esfuerzos también a un rincón propio en aquella red social.
Verán, siempre creí que escribía reseñas para mí, cuando la verdad es que nunca escribimos sólo para nosotros mismos. En el mundo literario, escribes para que te lean. Y para que la persona al otro del papel (o de la pantalla, si somos exactos en este caso) sienta algo. En esto de los blogs y las plataformas varias, ese algo es la necesidad de interactuar. Esperamos una respuesta. Una crítica. Un comentario.
Al principio, me satisfacía publicar. Podía decir "soy bloguera", "soy bookstagramer" sin acomplejarme. Después, vinieron las inherentes comparaciones... y las decepciones. Sí. El ego es algo que todos tenemos. Pero más que ego, me desanimaba el cambio a pasos agigantados, la incapacidad de ir a la par de los demás, la mínima respuesta de aquellos seguidores que perseguía con ahínco.
Y después de aquello, llegó el cansancio, y el desinterés. Por la lectura (algo doloroso, porque sigo amando leer, y no quiero abandonar los libros), y por este mundillo que ha mutado en algo que ya no reconozco, una vorágine de novelas de moda, lectores que acumulan lecturas y libros de manera estratosférica, plataformas que no me interesa explorar (te hablo a ti, Tik tok). No solo eso, llegó la adultez, con sus responsabilidades, sus horarios, sus ritmos, y su cansancio propio. Siempre había tiempo para leer, sólo no me daban las fuerzas. Era más fácil dedicarle esas horas a la semana a nuestra querida y odiada procastinación. Y para qué estamos con cosas, la pandemia sólo agudizó el problema.
El tema es que han pasado más de 10 años desde que abrí el blog, y simplemente me resisto a abandonarlo. Lo que debería hacer es cerrarlo, admitir que no tengo tiempo ni ganas que dedicarle a este lugar. Pero, ¿saben qué? Una parte de mí, terca, obstinada, no quiere. Considera que no debe dejarse vencer por el desánimo, y que esto es sólo una etapa. Ya volverá el interés, ya volverá la pasión por la lectura, cuando era capaz de leer 100 libros al año.
Es mentira, por supuesto. Eso no volverá. No soy la persona que era hace 10 años, ni hace 20. La vida nos va exigiendo, formando, torciendo. Ya no leo como antes, y probablemente nunca lo haré. Debo acostumbrarme a esta nueva yo, que coge un libro y demora semanas en terminarlo.
¿A dónde quiero llegar? A que así como me estoy reencontrando con los libros, también quiero reencontrarme con este blog. Me dio mucha alegría, enojo y desconcierto, pero, sobre todo, siempre ha sido un recordatorio permanente de mi amor por las letras, algo que todavía se mantiene intacto a pesar de los años.
Así que vuelvo. Paso a paso. Hasta donde pueda.
PD: Estoy bien. Sólo necesitaba decirlo. Es parte del proceso.
PD2: No prometo nada. La porfía no es eterna, se puede agotar en cualquier momento.
PD3: La porfía es inherentemente caprichosa. No prometo nada, bis.
PD4: También retomé bookstragram. Veremos si puedo acomodarme, odio que IG se haya llenado de publicidad y eso de los reels y no sé cuánto otro agregado. ¿Dónde está su esencia? En fin, nos vemos allí.